La felicidad de la excitación es como fuego ardiendo que quema voraz, insaciable, con un hambre de nunca acabar.
La felicidad y paz que se obtiene en la naturaleza externa es como un bienestar superficial de las buenas vibraciones de un entorno más prístino, que se parece a un barniz brilloso que por fuera se ve hermoso pero por dentro la madera se pudre y el fuego insaciable de los viejos hábitos nocivos y negatividades vive continuamente ansiando, muy presente, desde las profundidades moviendo sus hilos que controlan nuestra vida, moldeando lo que creemos es nuestra realidad, que no es más que una locura de una multiplicidad de mentes queriendo tomar protagonismo.
Una mente sin entrenamiento en lo esencial es como un océano tormentoso, lleno de olas agitadas, una tras otra, en interminable embiste y estruendoso bullicio, es como el cielo que arrecia implacable, huracanado, ensombreciendo el día con nubes negras y truenos y relámpagos.
¿Qué paz se puede sentir de tales estados?
Una moralidad activa es el primer paso, los cimientos, para calmar el océano tormentoso, para apaciguar el cielo negro huracanado, para prepararnos para el vislumbre de un posible silencio.
De una moralidad activa, se entrena en la concentración de la mente, como un ancla que firme en el fondo del mar, trae al barco de la mente estabilidad ante las olas arreciantes, ante la ventisca implacable.
Del ancla de la atención y concentración nace la brújula de la sabiduría, que guiando con experticia, se navega fuera de la tormenta, llegando paso a paso a calmas aguas, y eventualmente, a un cielo abierto de belleza sin igual, a prístinas aguas de fondo claro, y el navegante, con el logro de la experiencia, continúa navegando por incontables tormentas, con certeza de la meta, el timón de la ecuanimidad establecido, el mapa de la enseñanza comprendido.
Un estudiante antiguo