Hace 36 años vine a este mundo en forma humana, nacido y criado en el extremo austral de Chile, en el seno de una tradicional familia de clase social media, religión Católica, padre militar y madre jefa de hogar, quienes me criaron con mucha disciplina, rigor y atención. Soy el mayor de 3 hermanos. Mi formación académica primaria fue en escuelas públicas, la secundaria en un colegio particular, Católico de la Congregación Salesiana, y la universidad fue en una Tradicional, lejos de mis familiares. Debo decir también que mi niñez fue la de un niño promedio en tiempos de dictadura, un niño muy inquieto, distraído e impulsivo, pero sin mayores conflictos, mientras que en mi adolescencia desarrollé una profunda devoción religiosa, participando activamente en mi comunidad Católica local. Sin duda, esta etapa forjó parte importante de mis principios valóricos y, al menos superficialmente, fui capaz de modificar un poco algunas conductas negativas, para luego, en los tiempos universitarios, lejos del seno familiar, descubrir la gran diversidad de formas de pensamiento y estilos de vida, conocí muchas personas, fui afortunado en rodearme por gente sencilla y de buena voluntad, quienes me aportaron una perspectiva de vida más abierta y tolerante. También en esta etapa de mi vida pude experimentar más en profundidad el estilo de vida en pareja, así como también tuve la autonomía necesaria para hacerme cargo de muchas más responsabilidades; viví también las experiencias del consumo de intoxicantes y sustancias que alteran la conciencia.
Luego conocí la vida laboral de un profesional, laico, no asociado a religiones organizadas, pero con muchos apegos, muchas expectativas, aspiraciones y preconceptos, desarrollados a lo largo de la vida tradicional que me tocó. Aquí fue donde mis cualidades negativas desarrolladas progresivamente durante la juventud alcanzaron su madurez, tornándome en un individuo con un gran orgullo, codicioso, obstinado, impulsivo, muy pasional, muy agresivo en conductas verbales y corporales. La moralidad cultivada en mi niñez y adolescencia desarrolló los matices y contradicciones conductuales que surgen en quien nunca adiestró su mente de la manera correcta, en quien nunca se ocupó de limpiar su mente de impurezas, en alguien que nunca había conocido las Cuatro Nobles Verdades, quien nunca había experimentado el Dhamma en profundidad.
Las semillas de amargura dieron frutos muy amargos, cada logro alcanzado era fácilmente empañado por la pérdida de control, llevándome a una vida vacía y llena de insatisfacciones constantes, tornándome un tipo amargado y depresivo. Dañé a muchas personas y otros seres en el camino, por causa de mi ignorancia y mi desdicha, voluntaria e involuntariamente, lo cual me llenó de remordimientos, vergüenza y mucho dolor y soledad. Así fue como conocí el profundo sufrimiento de vivir sin una correcta moral, un correcto dominio de la mente, una correcta sabiduría. ¡Pero he sido muy afortunado! y me siento muy agradecido por ello. De no haber experimentado el sufrimiento de manera profunda, no habría surgido en mi mente la fuerte motivación por acabar con la desdicha, de vivir en una verdadera paz, conmigo mismo y con los demás; no habría surgido en mí el profundo deseo de restituir todo el daño que me hice a mí mismo y a los que me rodeaban. Sin saberlo, salí en búsqueda del Dhamma y, sin duda, el Dhamma salió a mi encuentro… Y me encontró.
Fue caro el costo de salir al encuentro del Noble Sendero, de la Vipassana, del arte de vivir. Dejé mi vida laboral, mis hábitos cotidianos, los lujos materiales que me daba la vida profesional, y nuevamente fui afortunado, pues me rodeé de buenas personas, compasivas y solidarias, que me mostraron alternativas. Así, un día una pareja de amigos, meditadores antiguos de Vipassana, me hablaron de los cursos de 10 días, su disciplina, sus beneficios. Al principio pensé: “¡10 días sin hablar para alguien que no sabe callarse…! Sin duda, si consiguiera mantenerme 10 días en silencio algo podría cambiar en mi interior…” Investigué por internet y no encontré cupos disponibles ni una fecha próxima para asistir a un curso. Pero meses después volví a consultar, y había un curso en Chonchi, Chile. Me inscribí y ¡fui aceptado! Pero aun no llegaba el momento para recibir el Dhamma. El curso se suspendió por razones de fuerza mayor. Mi determinación era firme, y en cuanto se abrieron las inscripciones para mayo de 2012 en Putaendo, Chile, volví a inscribirme y esta vez sí se dieron las cosas.
Mi primer curso de Vipassana de 10 días fue muy intenso para mí, pues estaba practicando otras técnicas de meditación, consumía aun alcohol, tabaco y marihuana, estaba experimentando con terapias alternativas diversas, participaba en ceremonias y ritos relacionados con los grupos espirituales de amigos que frecuentaba. Pero quería aprender la técnica seriamente, y acepté todas las condiciones que me solicitaron para participar… me abstuve de todo eso durante la duración del curso.
Fueron 10 días de trabajo intenso, inicialmente con dudas sobre la técnica; al segundo y tercer día pensaba en irme: “¿qué utilidad tiene estar observándome la punta de la nariz?”, ¡qué desagradables problemas digestivos! ¡No soporto ni 5 minutos sentado en una sola postura, el dolor en las piernas es terrible, y he usado todos los cojines que he encontrado! La profesora me dice que no me identifique con eso, que no le de importancia, eso es todo lo que dice una y otra vez… pero ¡qué dice, yo no me identifico con nada!! Los estudiantes comen más frutas que las indicadas, y a veces no alcanza para mí ¡qué mala voluntad! La próxima vez, seré de los primeros en llegar al comedor… Estoy cansado de la voz de Goenka…
El gerente de ese curso, gran amigo y gran ejemplo para mí incluso hoy en día, a quien le debo una gratitud muy profunda también, me seguía por todo el centro para llamar mi atención, porque me salía de los límites del curso… pobre, ¡cuánto trabajo le di por causa de mi agitación y mis distracciones!, pero él siempre tuvo paciencia conmigo, siempre gentil. Recordar eso ahora que escribo estas líneas hace que me llene de sensaciones intensas, mi pecho se aprieta, mis ojos se humedecen levemente… Sí, ahora lo sé, Anicca, Dukkha, Anatta, observar las sensaciones con ecuanimidad.
Realmente, fui muy afortunado en encontrarme con este Dhamma maravilloso, servidores tan llenos de Metta, una profesora que me dijo todo lo que necesitaba saber, no lo que yo quería que me diga.
El cuarto día fue decisivo. Antes de la primera sesión de Addhitthana ya estaba entregado a la disciplina, me di cuenta de que mi dolor físico no mejoraba modificando mi postura ni mi asiento, así que abandoné todos los cojines y el banquito, y me quedé sólo con uno, y me entregué al sufrimiento. Al 5to. día ya sentía que mis expectativas habían sido sobrepasadas, por lo tanto, sin preocupación y enfocado en las instrucciones, seguí practicando con seriedad. Al final del curso noté mis progresos, y estaba muy contento y agradecido por la buena voluntad de todos quienes sirvieron en el curso, por la organización, por la noble intención de toda la línea de maestros desde El Buddha a la fecha, etc. Decidí que me inscribiría pronto a un segundo curso, para ir a servir y seguir el ejemplo de quienes desinteresadamente contribuyeron para que muchos podamos conocer el Dhamma puro y aprender a practicar Vipassana.
Naturalmente no me volví alguien perfecto, de hecho mi Sila no fue perfecta posterior a mi primer curso, pues aun no tenía bien clara la importancia de observar la moralidad lo mejor posible. Tampoco conseguí mantener la práctica diaria por mucho tiempo. Claramente, mis impurezas mentales aun eran fuertes. Ya luego de casi 2 años participando en cursos y esforzándome en casa por practicar regularmente, logré observar los 5 preceptos con seriedad, y ello se vio reflejado en mis progresos como persona y como meditador. Comencé a participar más activamente como servidor del Dhamma, ofreciéndome para colaborar en cursos y en algunas tareas de los Comités de Vipassana Chile, lo cual me llenó de alegría, porque sentía que estaba pagando mi deuda de gratitud con el Buddha, el Dhamma y el Sangha, y además estaba restituyendo poco a poco, directa o indirectamente, todo el daño que haya hecho en el pasado, a mí mismo o a los demás. También me involucré en otras organizaciones humanitarias, con la intención pura de restituir el daño que causé a otros en el pasado.
A pesar de los grandes cambios de vida, al cabo de 2 años desde mi primer curso de 10 días, me di cuenta nuevamente de que mis progresos no eran lo suficientemente buenos para sentirme en paz conmigo mismo y con los demás. No me sentía aun tan buena persona, ni amigo, ni un buen compañero para mi pareja, y eso lo notaba en mis comportamientos, aun muy bajos en tolerancia y compasión. Sentía que me hacía falta entrenar con más seriedad e intensidad, sin embargo no lo estaba consiguiendo en la vida cotidiana, pues mi firme determinación se debilitaba con facilidad. Entonces, un día finalmente tomé una decisión radical: renunciaría a mi estilo de vida hasta ese momento, aunque luego no pueda volver a ella, con el objetivo de dedicarme exclusivamente a entrenar mi mente y conseguir el autodominio necesario para ser capaz de meditar a diario donde sea, sin importar las condiciones externas. Eso implicó dejar los proyectos personales que tenía, emprendimientos, mi pareja de aquel entonces, e incluso mi país natal. Hice un largo viaje a Argentina y luego a Brasil, donde pasé sirviendo por larga estadía en Dhamma Sukhada y Dhamma Santi, sentándome en algunos cursos y sirviendo en otros. Luego la aventura se tornó en un viaje por todo Sudamérica durante un año y medio, sin embargo, de todo ese tiempo pasé más de 6 meses en cursos de Vipassana en 3 países distintos, lo cual me ayudó muchísimo a ponerme serio en la práctica, y sin duda que noté los cambios… En general, todos mis Paramis se desarrollaron a tal punto que adquirí mucha seguridad y autoconfianza, mis dudas con respecto a la técnica se disiparon, y con firme determinación fui capaz de practicar, incluso a la fecha, todos los días, sin importar dónde me encuentre, ya sea en la carretera, en un bus o un barco o un avión, en una plaza o en la soledad de mi habitación, de día o de noche, con frío o con calor extremo, incluso enfermo… Enfrenté muchas dificultades durante este largo viaje, como era de esperarse, sin embargo siempre estuvo el Dhamma; la meditación diaria y la práctica del Sila me proporcionaron la tranquilidad y la fortaleza necesarias para cumplir mis objetivos trazados cuando dejé Chile, y de alguna forma difícil de explicar, siempre estuve bien protegido. Diría yo que esto fue mucho más que sólo buena suerte… El Dhamma se manifestaba favorablemente en la medida que mantenía Sila, Samadhi y Pañña.
Al regresar a Chile, he debido empezar todo desde cero: me quedo en casas de familiares y amigos, algunas veces con otros meditadores. Buscar un empleo honesto que me permita sostenerme no ha sido fácil, he trabajado en diversas cosas esporádicamente, también he debido reacostumbrarme a llevar una vida sedentaria, sencilla, y al mismo tiempo seguir caminando por el Noble Sendero. Ha sido difícil, debido a que, cuando uno vive fijo en un lugar, no puede evitar ser influenciado por el ambiente que le rodea, tan lleno de distracciones y contaminaciones; por lo tanto la meditación ha sido de vital importancia para no desviarme del Sendero. Ya ha pasado un año sin asistir a un curso de 10 días, y estoy notando que mi mente no está tan fuerte, lo noto porque me cuesta más estar atento a mis sensaciones en mis momentos de agitación; sin embargo, aún conservo la gran mayoría de progresos que adquirí sirviendo por largo período en diversos lugares. A veces me cuesta meditar a diario, pero no me rindo y sigo priorizando la práctica regular, a pesar de que a veces el trabajo, otras responsabilidades y las distracciones más diversas juegan en contra. Siguiendo la recomendación que hace Goenkaji de ir al menos una vez por año a un curso, me he inscrito para servir en unas semanas más en un curso de 10 días, para desarrollar fuerza entrenando dentro de una tierra de Dhamma, en un espacio controlado y seguro donde será más fácil para mí enfrentar mis contaminaciones mentales y al mismo tiempo sirviendo para el beneficio de muchos más que, al igual que yo, quieren llegar a ser completamente felices algún día, a llegar al momento de la muerte con una sonrisa en el rostro. Esto me pone muy contento, porque siempre es posible comenzar de nuevo, como dice Goenkaji, y seguir creciendo en Dhamma.
Gracias al Buddha, al Dhamma y a la larga tradición de maestros y demás servidores que me han dado la oportunidad para dejar de ser una carga y un problema para los demás, que pueda restituir aunque sea en lo más mínimo el daño que he ocasionado por tanto tiempo, que pueda ser útil, y que pueda vivir mucho mejor que antes, llevar una vida más sana, como un mejor ser humano. Gracias a quienes desinteresadamente y muchas veces sin conocerme me ayudaron en las dificultades y me enseñaron, con su compasión y buena voluntad, a seguir su ejemplo.
Que esta historia inspire a muchos a mantenerse firmes en su práctica, así como también a retomar el Noble Sendero, a convencerse de que este camino es bueno al principio, bueno en el medio y también en el final. Que todos los seres puedan salir pronto de su desdicha, los visibles y los invisibles, los humanos y los no-humanos, que todos nos llenemos del Dhamma puro y nos liberemos, que seamos realmente felices.
(Este relato fué escrito por un estudiante antiguo de Chile)